Isabel II (1926-2022) ¿Una roca?

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Isabel II (1926-2022) ¿Una roca?

 

De todo lo dicho sobre la reina Isabel II tras su fallecimiento, me llamó la atención las palabras de la primera ministra Truss reconociendo el legado que tuvo para el país. “La reina Isabel II fue una roca sobre la que se construyó el Reino Unido moderno. Nuestro país floreció durante su reinado”. 

No es muy común definir a alguien como una roca. ¿Qué quería decir al calificarla como roca? Algunos de los británicos que hablaban por televisión, por muy mayores que fuesen, destacaban que solo habían tenido una sola reina en su vida. Otros argumentaban que supo resistir, defender la monarquía en tiempos difíciles ¿Hablamos entonces de perdurabilidad en el tiempo? ¿Resistencia? 

Por un lado, no deja de ser curioso que la sociedad en la que vivimos, la que Zygmunt Bauman definió como impregnada de “modernidad líquida”, destaque la perdurabilidad de la monarca como un atributo positivo. La sociedad que, en líneas generales, huye del compromiso, del fundamento heredado de los padres, de las normas establecidas, del valor de lo colectivo para reemplazarlo por lo que determina cada individuo: tus propias formas, normas, seguir la corriente de lo que conviene en el ahora. La sociedad que rechaza lo sólido, la forma permanente y perdurable en el tiempo, por lo líquido que no se amolda; no se fija en el espacio ni se ata al tiempo. Hoy nos toca vivir en la época de la incertidumbre del trabajo, del individuo, del matrimonio, de las relaciones personales, de la familia…  y alguien remarca el carácter sólido de la monarca. 

Por otro lado, acostumbrado a escuchar, leer y cantar sobre la roca que es Dios, no deja provocar cierta risa, que se pueda atribuir esa cualidad a una persona como Isabel II, quien ciertamente, en los últimos tiempos, no podía casi ni aguantarse de pie a causa de la edad o aún, siendo más joven, salía de palacio protegida como si de una piedra preciosa se tratase, pero jamás como una roca. 

Autores como Moisés, Samuel, pero sobre todo David, compararon a Dios como una roca. Las rocas, por su solidez e inmutabilidad, evocan las ideas de cohesión, respaldo, seguridad, firmeza y eternidad. Dios mismo es llamado “la roca” porque da firmeza a los que se apoyan en él. Las rocas, también significan colinas y montañas, con sus grietas y cuevas, comunicaban la idea de refugio (Is. 2:10, 19) y salvación (Sal. 62:7; 71:3). Por la misma razón, las rocas elevadas o cumbres servían de fortaleza y protección (2 Sam. 22:3). En la roca del desierto, de la que Moisés hizo brotar agua, Pablo vio a Cristo, quien hace brotar de sí mismo el agua vivificadora de la salvación (1 Cor. 10:4). Que lejos le queda todo esto a la pobre mujer que nos dejó hace unos días a los 96 años de edad.  

Así pues, concluyendo esta breve reflexión, la imagen de la verdadera Roca, Dios mismo, nos lleva a tener un valor seguro, eterno, inamovible, inmutable, firme, en la sociedad de valores fluidos, donde todo se desvanece y se presume incierto. Dios mismo, resulta ser el fundamento sobre el que Cristo quiere edificar, “no un país, sino una iglesia universal que florece bajo su reinado”. Nuestra roca es incomparable, no tiembla, no se marchita; ni el tiempo, ni el espacio no le afectan. Puedo llegar a entender en el sentido que lo dijo la primera ministra Truss hace quince días, pero muy a su pesar, me quedo con las palabras de David, escritas tres mil años antes en los Salmos. 

Yo te amo, Señor, mi fuerza, Señor, mi Roca, mi fortaleza y mi libertador, mi Dios, el peñasco en que me refugio, mi escudo, mi fuerza salvadora, mi baluarte. Salmo 18:2-3

Al igual que David, afirmo que ese es mi rey, Él es mi Roca. Cualquier parecido con la realidad, es pura osadía. 

Efraïm Blanco